Cuando madrugar, escribir y vivir en silencio te abren el alma
Leer, escribir y madrugar no son un castigo… sino tu entrada a la luz
Tu ventana al cielo con Marta Guzmán. Leer, escribir y madrugar no son un castigo… sino tu entrada a la luz, te abren el alma. Son las 2:08 de la madrugada cuando mi hija llega a casa. Tiene 13 años, casi 14. Ha estado con sus amigos de la urbanización. «Estábamos jugando a las cartas», me dice. No entro en conflicto. No juzgo. Sólo observo. A veces, el silencio habla más que mil reglas.
Le digo en voz firme, pero tranquila, que a partir de mañana se va a levantar temprano, que saldrá a caminar conmigo, que irá a desayunar con sus abuelos, que leerá y escribirá cada día. Era algo que habíamos pactado en junio, cuando acabaron los exámenes. En su momento dijo: «okey». Hoy lo recibe con resistencia. Me contesta: «No voy a leer ni a escribir».
Y pienso: qué lejos estamos de entender que eso que ven como obligación… es una autopista hacia el cielo. Eso que suena a castigo, es en realidad tu ventana a la luz. Leer, escribir, madrugar: suenan a rutina escolar, a imposición aburrida. Pero en realidad son caminos sagrados. Son las llaves que activan tu mente, tu alma, tu conexión con Dios. Madrugar, escribir y vivir en silencio te abren el alma
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Leer y escribir ponen en funcionamiento miles de conexiones neuronales
Leer y escribir ponen en funcionamiento miles de conexiones neuronales, son tu ventana al cielo. Despiertan la intuición, la creatividad, el hemisferio derecho. Disuelven el miedo, la reacción, la queja automática. Transforman la inseguridad en presencia. No te desconectan: te encienden.
¿Y cómo explicarle esto a una adolescente? No puedo. No aún. Solo puedo confiar. Observar. Ser ejemplo. Acompañar. Porque yo también tardé en entenderlo. También fui esa niña que no quería escribir. Y hoy, cada madrugada, escribo como si escribiera mi alma.
El libro que rompió el hábito no fue la causa, fue la excusa. Una historia de magia fantástica, recomendada por una profesora para su hijo. Desde ahí, mi hija dejó de leer como lo hacía antes. ¿Culpa de quién? De nadie. No se trata de buscar culpables. Se trata de descubrir caminos de regreso.
Hoy, mientras ella duerme, yo escribo. Y lo hago porque sé que este hábito me sostiene, me eleva, me libera. Sé que es un legado. Sé que, aunque parezca exagerado, es mi forma de abrirle a mi hija una ventana al cielo. Porque lo que ella ve como rutina, yo lo veo como revelación. Y quizás algún día, ella también lo vea así.
No es castigo. Es santidad. No es obligación. Es herencia.
Y tú, ¿qué hábito has rechazado que en realidad era una puerta sagrada?
Cuando tu estilo de vida no encaja con el de nadie… y aún así lo sostienes
La única mamá que hace esto. Soy consciente. Soy probablemente la única mamá que mi hija conoce que se levanta a las 5 de la mañana, que no bebe, que nunca se ha emborrachado, que no ha fumado, que no necesita pastillas para dormir ni para vivir. Que si dice que va a hacer algo… lo hace. Y lo vive. Y lo experimenta. Sin excusas. Sin quejas. Sin necesidad de que los demás lo entiendan.
Y claro que a mi hija le parece raro. Incluso sus amigas le preguntan si es verdad eso de que su madre se levanta temprano, que medita, que escribe, que ora. Porque no es lo común. Porque la mayoría de los adultos que conocen no lo hacen. Y eso genera ruido.
Pero yo no lo hago para destacar. No lo hago para marcar diferencia. Lo hago porque lo he experimentado. Porque este estilo de vida me ha salvado de mí misma. Porque vivir así me ha mostrado cosas que jamás habría descubierto desde la comodidad o la normalidad.
También es cierto que muchos lo juzgan porque no lo han vivido. Porque no han cruzado esa puerta. Porque es más fácil burlarse que cuestionarse. Más fácil decir «eso no es para mí» que probar.
Lo que para ellos parece un sacrificio, para mí es gozo. Es conexión. Es presencia.
Jesús también se levantaba temprano. Se retiraba a orar. A estar con el Padre. Y eso es lo que yo hago cada mañana. Me conecto. Me vacío. Me lleno. Me entrego.
Y aunque sé que soy «la única mamá» que hace esto… también sé que no lo soy. Porque hay otras almas, en silencio, que también están despertando. Que también están sosteniendo una nueva manera de vivir.
Y eso es lo que yo quiero dejarle a mi hija. No una vida perfecta. Sino una vida coherente.
Te estoy abriendo las puertas a tu santidad
Cuando el silencio de la madrugada se convierte en tu altar
Son las 4:23 de la madrugada. Acabo de escribir ocho páginas mientras el mundo duerme. Y no, no estoy cansada. Estoy en calma. En gozo. En presencia. Siento que he recibido un regalo.
Mientras escribía, el cartoncito de la infusión se movía. El olor a tierra mojada entraba por la ventana. Las perseidas de San Lorenzo y San Cayetano iluminaban el cielo. Todo estaba en armonía. Todo hablaba de Dios, incluso el silencio.
No es solo un hábito. Es una conexión. Un canal. Una conversación con algo más grande que yo. Una forma de recordar que no estoy sola, que el alma también tiene horarios secretos, y que hay palabras que solo llegan en la oscuridad de la madrugada.
Escribo para mí, pero también para ella, para mi hija. Para dejarle el mejor legado, una ventana al cielo: una vida de sentido, de presencia, de verdad. Aunque parezca exagerado, aunque nadie más lo entienda. Aunque sea la única.
Porque lo he vivido. Porque lo he comprobado. Porque sé que es real. Y cuando lo sabes, ya no hay vuelta atrás. Cuando has sentido la luz en medio del silencio, el ruido del mundo ya no te domina.
Esto no es teoría. Es práctica viva. Es la espiritualidad encarnada en el día a día. Es la santidad de lo cotidiano. Es saber que puedes santificar tu casa, tu cama, tu cocina, tu cuaderno. Que no hace falta estar en un templo cuando vives conectada.
Y si tú estás leyendo esto, quizás también estés despertando. Quizás, sin darte cuenta, ya estás cruzando la puerta. Quizás esta sea tu señal.
Madrugar, escribir y vivir en silencio te abren el alma
Todo está en ti. Todo empieza hoy. Todo puede cambiar, si tú cambias porque no deja de ser tu ventana al cielo.
A veces basta con una hoja en blanco, un sorbo de infusión, y la voluntad de mirar hacia dentro. A veces solo hace falta madrugar, escribir y confiar.
Porque cuando el alma habla… el cielo responde.
📍 Gracias por acompañarme en esta serie íntima. Si te tocó, compártelo o guárdalo. Puedes escribirme o seguirme en Instagram: [@mindfulnessmartaguzman]