Hablar de donar muchas veces despierta en nosotros una idea algo limitada: pensamos en aquellas cosas que “nos sobran” o que ya no necesitamos. Sin embargo, quiero invitarte a ver la donación desde un ángulo más profundo, como una forma de conectar con un propósito mayor y de darle un sentido más significativo a nuestras acciones. Donar no solo es un acto de desprenderse, sino de compartir, de invertir en la vida de otros, en sus sueños, en sus luchas. Y cuando pensamos en Valencia, nuestra tierra, la idea de donar se convierte en algo aún más hermoso y potente.
Valencia es una ciudad llena de vida, de historia, de cultura, y ahora de necesidades. Cuando donamos, estamos contribuyendo a que esos recursos lleguen a quienes realmente los necesitan, a quienes pueden hacer mucho con muy poco. Y no hablo solo de donar aquello que nos sobra, sino también de mirar alrededor y preguntarnos: “¿Qué tengo que pueda ser útil, que pueda hacer la diferencia?”. Porque al donar con propósito, estamos sembrando algo más que objetos: estamos sembrando esperanza, oportunidades y una liberación ante el caos.
Además, donar no solo transforma a quien recibe, sino también a quien da. Hay una satisfacción profunda en saber que nuestras acciones tienen un impacto real, que esa ropa, esos libros, o esos utensilios de cocina no solo están ocupando un espacio en nuestro hogar, sino que están cumpliendo un propósito en la vida de alguien más. Es casi como extender nuestra misión de vida y compartirla con la comunidad.
Y quiero que te quedes con esta idea: donar es una inversión fáctica, porque aunque a veces no lo vemos de inmediato, cada donación es una pequeña semilla que germina y crea cambio. Cuando decidimos donar a Valencia desde la intención y el compromiso, estamos fortaleciendo el tejido social de nuestro país, de las personas fuera de la Matrix. Si esperamos a que ellos muevan ficha hay un jaque mate. Cada día os lanzamos este mensaje para que despiertes… para que tomes conciencia. No se trata de poner el objeto fuera y culpabilizar y victimizarnos, es hora de operar.
Comienza leyendo ‘Más astuto que el diablo’, escrito en 1937 y lo entenderás.