Cuando leer, escribir y madrugar no son un castigo… sino tu entrada a la luz
Parte 1: Tu ventana al cielo
Cuando leer, escribir y madrugar no son un castigo… sino tu entrada a la luz
13 de agosto de 2025. Son las 2:08 de la madrugada cuando mi hija llega a casa. Tiene 13 años, casi 14. Ha estado con sus amigos de la urbanización. «Estábamos jugando a las cartas», me dice. No entro en conflicto. No juzgo. Sólo observo. A veces, el silencio habla más que mil reglas.
Le digo en voz firme, pero tranquila, que a partir de mañana se va a levantar temprano, que saldrá a caminar conmigo, que irá a desayunar con sus abuelos, que leerá y escribirá cada día. Era algo que habíamos pactado en junio, cuando acabaron los exámenes. En su momento dijo: «okey». Hoy lo recibe con resistencia. Me contesta: «No voy a leer ni a escribir».
Y pienso: qué lejos estamos de entender que eso que ven como obligación… es una autopista hacia el cielo. Eso que suena a castigo, es en realidad tu ventana a la luz. Leer, escribir, madrugar: suenan a rutina escolar, a imposición aburrida. Pero en realidad son caminos sagrados. Son las llaves que activan tu mente, tu alma, tu conexión con Dios.
No te desconectan: te encienden.
Leer y escribir ponen en funcionamiento miles de conexiones neuronales. Despiertan la intuición, la creatividad, el hemisferio derecho. Disuelven el miedo, la reacción, la queja automática. Transforman la inseguridad en presencia. No te desconectan: te encienden.
¿Y cómo explicarle esto a una adolescente? No puedo. No aún. Solo puedo confiar. Observar. Ser ejemplo. Acompañar. Porque yo también tardé en entenderlo. También fui esa niña que no quería escribir. Y hoy, cada madrugada, escribo, escribe mi alma.
Cuando leer, escribir y madrugar no son un castigo… sino tu entrada a la luz
El libro que rompió el hábito no fue la causa, fue la excusa. Una historia de magia fantástica, recomendada por una profesora para su hijo. Desde ahí, mi hija dejó de leer como lo hacía antes. ¿Culpa de quién? De nadie. No se trata de buscar culpables. Se trata de descubrir caminos de regreso.
Hoy, mientras ella duerme, yo escribo. Y lo hago porque sé que este hábito me sostiene, me eleva, me libera. Sé que es un legado. Sé que, aunque parezca exagerado, es mi forma de abrirle a mi hija una ventana al cielo. Porque lo que ella ve como rutina, yo lo veo como revelación. Y quizás algún día, ella también lo vea así.
No es castigo. Es santidad. No es obligación. Es herencia.
Y tú, ¿qué hábito has rechazado que en realidad era una puerta sagrada?
📍 Mañana, la segunda parte: «La única mamá que hace esto»